Te conozco desde que eras un bebé, aun recuerdo el día, que me asignaron a ti, hacía bien poco que había acabado la carrera, y había iniciado el trabajo como fisioterapeuta, aun me encontraba en esa fase de nerviosismo, en cada nuevo paciente, los nervios, de no hacerlo bien, hacerle daño, de sentirme culpable en cada grito de dolor, entonces llegaste tú, ¡no tenías ni un año! ¡mi primer bebé! Estabas allí, en aquel lugar, tu, un ser tan pequeño e inocente, a causa de tu parálisis cerebral, allí estabas, y yo debía hacerte fisioterapia, para así mejorar lo mas posible, las secuelas de tu parálisis cerebral.
Fueron años de trabajo duro y lucha, cumpliste el añito, los dos, los tres… fui testigo que con mucho esfuerzo, te aguantaste sentada, te arrastraste al año y medio, a los tres años gateaste, a los cinco, te pusiste en pie a los cinco, distes tus primeros pasos, primero con un caminador, después, con muletas, aunque tu mayor seguridad era la silla de ruedas para trayectos largos, cinco, seis, siete, ocho, y año, tras año, ahí seguíamos juntas, para que no perdieras, lo que habías logrado, en todo este tiempo, en todo lo que llevas de vida, te vi en tus mejores momentos, y también los peores, como pasaste tu adolescencia sola, discriminada, por esta sociedad, que poco respetan, te tocaba trabajar en este hospital, los peces gordos te discriminaron, realmente me sentí muy decepcionada, y enfadada con ellos, me sentía bien mal, por formar parte de esa plantilla, me sentí de orgullo, decirte que trabajaras con nosotras, sin importar a mis superiores. Fui testigo de tu mayoría de edad, que bien sabia que sola estarías, te invité a un pab, donde estuvimos asta las dos de la mañana, te vi disfrutar, después te acompañé a casa, con ese día, en tus dieciocho años, conseguiste, tu primera silla de motor, lograste, esa libertad que tanto ansiabas y necesitabas, tu rostro de felicidad radiaba.
Tu periodo de rehabilitación había acabado, y a mi me cambiaban de hospital, tu debías seguir ejercitándote, no ibas a caminar sola jamás, pero no perder lo ganado. Lágrimas derramemos las dos, ante la despedida.
Años después nos volvimos a encontrar, me dijiste, que no solo habías encontrado el amor, te habías casado, ya era toda una década, juntos, estabas embarazada, ¡ibas a ser mamá! Me emocioné tanto… Te conocí cuando eras un bebé, te vi crecer, pocos creían en ti, en la gran capacidad que existe en tu discapacidad, es que realmente cuando profesionales como yo, logra que su paciente lo que tu lograste, es de gran satisfacción y uno es consciente, que este trabajo vale la pena, personalmente, por eso me hice fisioterapeuta, no es para curar la enfermedad, sino mostrar como aprender a vivir con la discapacidad, bien orgullosa y feliz me siento, como ejemplos como tu, logra tanto, es cuando eres consciente que vale la pena este trabajo. Orgullosa de ser fisioterapeuta.
Escrito: 06 de noviembre del 2019
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