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sábado, 24 de octubre de 2020

Discapacidad: Viajando a Paris II

 


Retomando donde me quedé en nuestro viaje a Paris. Amanecimos más descansados, dispuestos aventurarnos en busca de todas esas reliquias de parís que no nos podíamos perder, ya era nuestro segundo día allí, el último, debíamos encontrarlas sí o sí. Amaneció soleado, aunque con el frío presente, así que agradecía tener mi abrigo conmigo.

 

Nos disponíamos a coger el bus, en el trayecto, directo a la Torre Eiffel. La hospitalidad de los franceses, seguían en la misma línea que el día anterior, siempre dispuestos ayudar, fuese cual fuese la manera. Ahora sí, ya sentados, iniciemos el trayecto a lo esperado.

 


Llegando no tardemos en verla, la gran y alta Torre Eiffel, No éramos los únicos, más de media docena de autocares repletos llegaban, con la misma intención que nosotros, visitar, de lo más famoso de Paris.

 


Ya nuestro estómago nos reclamaba alimento, nuestras tecnologías energía, es que ya pasaba mediodía, era momento de un descanso, recargar pilas, busquemos un Starbucks, por allí cerca, pero no hubo suerte, como era de suponer, encontremos un pequeño jardincito, que era parte de una cafetería bar, aprovechemos para recargar energía ya fuera tecnológica o humana. Los precios no eran precisamente económicos, cualquier pequeña cosa, ya salía por quince euros, así que no tomemos más de un café, un hot dog bien simple.

 


Ya con nuestro estomago más calmado, nos volvimos a la marcha de lo que nos esperaba, mi esposo me regalo un gorro, para que mi frío disminuyera, nos encaminemos a ver de más de cerca, la Torre Eiffel. Cuando mi esposo, dijo “¿y si subimos?” No os mentiré mi respuesta fue “Deja el salvajismo aparcado” pero para mi sorpresa, había opción de subir, sí, también las sillas de ruedas, ya que había un ascensor, un pequeño descuento, supongo por el echo, que solo subía hasta la primera planta, ya después todo era escalera. No era la única en silla de ruedas, había un grupo, que había un chico también en ella. Nos guiaron al ascensor, de esa forma, un grupo numeroso, empecemos a subir, dejando el suelo cada vez a más altura.

 


Al bajar de esa plataforma, nos encontremos un paisaje único, se veía toda la ciudad de Paris, al mismo hicimos todo el recorrido, que nos echemos en esos dos días, realmente era sorprendente. Emmanuel, decidió subir un piso más para echar cuatro fotos más.

 


Al salir, ya eran las seis de la tarde, necesitábamos nuestra recarga, así que nos fuimos en busca de una cafetería, antes de nuestro siguiente objetivo el museo Louvre. Realmente encontremos muchísimas cafeterías, pero en ninguna nos permitían enchufar el ordenador. Solo nos quedaba una por preguntar, aquella, que ignoremos por los tres escalones que había en la entrada, pero fue la única que nos permitían conectar para recargar. Dejemos la silla de ruedas en la puerta, subimos pie, en el que pedimos unos cafés y unas pastas. Pasar las fotos al ordenador, descansar un poco, de tanto, investiguemos por internet en cual hotel podríamos pasar la noche, un tal “familia hotel”

 


Ya estaba oscuro cuando salimos de esa cafetería en busca del museo que aún no habíamos podido visitar. En la distancia, pudimos distinguir, la Torre Eifeel, con su faro encendido, personalmente, sin ser muy consciente, lleguemos al museo. Demasiadas fotos hicimos que nos quedemos sin batería jaja, justo cuando queríamos hacernos una foto, los dos juntos, el móvil dijo adiós, y se apagó, entonces unos chicos muy amables, se ofrecieron hacernos la foto, les dimos el correo para que nos la pasara. Ahora sí, en busca del hotel que habíamos echo la reserva, que cercano no estaba, pero tampoco tan lejano como en el día anterior. Aquellos que preguntábamos, muy amablemente nos ayudaban y lo lejos descubrimos en lo que todo el trayecto andábamos hablando “la catedral de Notre Damm” en la lejanía pero ahí estaba. Preguntemos a un taxi para un bus, (No estaba la economía para taxis) Él taxista se ofreció a llevarnos, le dijimos varias veces, que no teníamos el dinero, su respuesta fue <<No importa subid, os llevaré al sitio>> Subimos no muy convencidos ya sabéis por si al final nos decía son tantos € El recorrido no era muy corto que digamos.  Pero no, al bajar, volvimos a preguntar, él volvió a insistir, que no quería nada a cambio, que era gratis… ¿Os lo podéis creer? Nosotros tampoco, pero era cierto. Iniciemos a encontrar el hotel, no fueron pocas las calles recorridas, avenidas enteras a pie, llevando una silla de ruedas. Justo empezaba a llover, lo encontremos “Familia hotel” El recepcionista, hablaba español, eso facilitó enormemente, la comunicación, ahí fuimos conscientes que nos equivoquemos, en vez de pedir una habitación doble, habíamos pedido una individual, obviamente para cualquier problema ellos se podían meter en un lío, aun mas en mi situación de discapacidad. Él fue hablar con su encargado, el encargado con nosotros, solo necesitábamos la habitación por cinco horas, ya que a las siete de la mañana, debíamos estar en el aeropuerto al final nos dejaron en esa habitación, que era solo para una persona.

Ya más cómodos y relajados en la habitación (Era una cama individual, pero parecía de matrimonio) fuimos conscientes de algo, la habitación nos salió a mitad de precio… ¿Por qué? Ni idea.


A las cinco de la mañana, llamaron a la puerta, tal como nos había dicho, nos despertó, pero en vez de por teléfono, decidió subir, dar unos golpecitos en la puerta, para que pudiéramos llegar al aeropuerto a tiempo. Si no fuera poco, (El hotel más barato, la equivocación de la habitación…) Ese mismo recepcionista nos acompañó a coger el metro, por el camino él encontró un amigo, que le dijo un truco para el ascensor. Ya subidos en el vehículo se despidió de nosotros, deseándonos, muchísima buena suerte. ¿Más suerte de verdad? Todo gracias a todas esas buenas personas, incluida él, que se podía a ver metido en un problema, por nuestra culpa, pero no le importó. Como él todo el personal del hotel.

 


Lleguemos a la estación del aeropuerto, se puede decir, donde empezó todo, para mi sorpresa, nos encontremos a los dos primeras personas que nos ayudaron en ese país, uno me recordó al primo de Will Smith, en su serie, para más sorpresa, nos saludaron efusivamente, nos preguntaron, que tal el viaje, nuevamente nos desearon toda la suerte del mundo.

 


Al llegar al aeropuerto, que diferencia con el de Barcelona, nos guiaron desde el primer segundo, de mientras hacían el reconocimiento a mi pareja, una mujer, se encargaba de mí, sacándome mis pertenencias, para mi reconocimiento, después ella misma me volvía a vestir, tenía la paciencia de esperar a mi acompañante. En España, no ayudan en nada, si tienen la paciencia, pero todo lo tiene que hacer el acompañante, ya ni apenas guían. Después, un chico muy apuesto nos guio asta una mini habitación, esperemos allá, a que llegara la hora de partir. No en España, te hacen esperar con la multitud, te hacen dudar si se acuerdan de ti o no.

 

En las alturas nuevamente, pero está vez, para ir a Barcelona. Aproveche esas dos horas de vuelo para dormir un poco. Al llegar a tierra catalana, fui consciente, que el abrigo me sobraba, las altas temperaturas se hacían notar. Me parecía increíble que a tan poca distancia, que al ser países vecinos, hubiera tantas diferencias, en todos los aspectos, es que en ocasiones, estando en Paris, me olvidaba que seguía en Europa, estaba en la certeza de estar en América, como en otras ocasiones, al ver el Euro, me hacía volver a la realidad. Estaba en la unión Europea, pero en un país totalmente distinto al mío, que realmente me fascino me sorprendió positivamente en todos los sentidos.

 


Realmente marché con una idea, regresé con otra bien distinta y positiva, hoy, me alegro de a ver tenido esta oportunidad, de conocer Paris, Francia, su cultura, el cómo es su día a día.

 

Escrito: 10 de octubre del 2015

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