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lunes, 28 de diciembre de 2020

Relato: Un novio por navidad

 


Se acercaba navidad, la nieve ya había echo acto de presencia, desde la noche pasada. Los villancicos se escuchaban por toda la ciudad, y toda ella, estaba adornada e iluminada. Los chiquillos, jugaban a tirarse bolas de nieve.

El centro comercial, tenía sus puertas abiertas, este estaba bien iluminado, y decorado acompañado de unos villancicos. Un Santa Claus estaba sentado en su trono, sentando en sus rodillas a todos aquellos niños que deseaban darle su carta de regalos, y decirlo de su misma voz. Claudia una chica en silla de ruedas, rondaba por allí para calentarse de las bajas temperaturas, no pudo evitar pasar delante de ese Santa Claus:

- ¡Ho, ho, ho feliz Navidad! –le indicó a la chica. Claudia no dijo nada, solo indico una débil sonrisa.

- Ei espera un momento… si, tu, la chica rubia de ojos oscuros –se levanto de su asiento Santa.

- ¿Yo? –se sorprendió mirando a su alrededor.

- Si, tu, por favor, acércate –Claudia notaba como su cara se enrojecía, mas de una decena de niños esperaban que santa les subiera a sus piernas, y ella, con 20 años, pasaba a todos, si la fusilaban le echaría la culpa a ese anciano gordinflon con traje rojo, eran pequeños si, pero matones también –por favor ayudarla –Claudia no se lo podía creer, dos grandullones la alzaron en brazos sentándola en las piernas de Santa Claus. Su vergüenza aumentó considerablemente –¿y tu? ¿Qué deseas por navidad?

- Por favor bájenme de aquí, todo el mundo me esta mirando, me estoy muriendo de vergüenza.

- ¿Por qué? –se sorprendió Santa Claus –todo el mundo tiene derecho a pedir su deseo de navidad, tu también.

- Yo ya no soy una niña, para creer estas chorradas.

- Te equivocas, no es necesario ser niño para creer en los deseos, tenerlos y confiar que se hagan realidad, no dejes que esa parte de ti, se pierda –Claudia, permaneció en silenció, evitando la mirada del anciano –yo ya se lo que quieres para navidad Claudia, quiero que sepas que voy a intentar por todos los medios que se haga realidad.

- ¿Como sabe mi nombre? –no pudo evitar salir de su asombro Claudia.

- Soy Santa Claus, lo se todo –le guiño un ojo a la joven. –te voy a dar algo, cogió de la parte de atrás un libro dorado –hazme un favor, sé que tienes madera para escribir, por favor, escribe tu historia perfecta…

- ¿Como? No entiendo…

- Sí que entiendes, escríbela, no te arrepentirás…

Claudia conducció su silla sin poder salir de su propio asombro, ¿como sabía ese desconocido como se llamaba? Pero poco a poco se hizo a la idea, que muchos del centro comercial le conocían cualquiera le ha podido dar su nombre.

- ¿Y este libro? –le echó un vistazo a las tapas doradas. Las abrió y ojeo su interior, estaban en blanco –ese hombre me ha dicho que es para escribir mi historia ¿Cómo sabía el que me gusta escribir, si nadie lo sabe? –el frío aumentaba, debía volver a casa, ya pensaría mas tarde sobre el libro. Al llegar… tras tomar una taza de chocolate caliente, se encerró en su habitación, cogió su mejor pluma, abrió el libro y empezó a escribir…

- Buenos días mamá –saludo Claudia con una amplia sonrisa en sus labios.

- Buenos días que contenta te veo esta mañana.

- Si es que he tenido un sueño guapo.

- Anoche te quedaste dormida en el escritorio, te tuve que acostar.

- Si ya lo vi gracias, me lie escribiendo el nuevo libro y me quede dormida.

- ¿De verdad? Lo ojeé, lo siento no pude evitarlo –explicó viendo la mirada furtiva de su hija, pero no tardo en mostrarle sonrisa.

- ¿y que te pareció? –saco pecho con orgullo.

- Pues sinceramente… no entiendo a que viene esa pregunta, estaba en blanco.

- ¡¿Como que en blanco?! –No pudo evitar sorprenderse Claudia. Pero no tenía tiempo, ya lo vería mas tarde.

La campana de la puerta se escuchó. Claudia acababa de comprar su batido de cacao con su bollo de crema. Condujo su silla, con la bandeja en sus rodillas a la mesa indicada, la que ya les tenían preparada, la que le faltaba una silla, para sustituirla, por la suya propia. Apoyo su codo, a la mesa, su palma, estaba en su barbilla, pensativa, miraba por la ventana, el cielo estaba bien claro, el sol débil calentaba.

- Disculpa, te importa si me siento… es que esta todo lleno –Claudia, miró a su alrededor, tenía razón, es que a esa hora, nunca había asiento libre. Claudia intentó seguir con sus pensamientos, pero la inquietud de ese chico le llamo la atención, pero decidió no darle importancia. Abrió su mochila, sacó su teléfono móvil, y empezó a tocar teclas –perdona… me muero de vergüenza… pero... ¿me podrías dejar tu teléfono para llamar a mi hermana? Es que el coche me ha dejado tirado, y como siempre me he olvidado el móvil, por lo que veo aquí no hay teléfono… yo…

- Está bien, llama –respondió algo desconfiada, no quería serlo, pero el tiempo, y la experiencia, le enseñaron a ser así.

- Ufff te debo una… -le mostro una sonrisa de alivio. Le miró fijamente, de tanto él hablaba; delgado, pelo bien corto, engominado, rubio, ojos verdosos. Tenía la sensación que ya había visto ese chico antes, pero no sabía donde –ya está solucionado, en media hora, mi hermana vendrá por mi, mil gracias, me has ayudado muchísimo, deja que te invite a un café –le mostro una sincera sonrisa.

- Tengo que volver a clase –se preparaba Clara incomoda.

- Espera por favor…

- Tengo prisa… por favor cóbrame –le dijo al camarero.

- Por favor, lo de la señorita póngalo en mi cuenta –declaro tal desconocido.

- ¿Por qué? –preguntó Claudia a la defensiva.

- Es lo mínimo que puedo hacer por ayudarme –le sonrió.

- Ah, gracias –acto seguido desapareció entre el camino rodeado de nieve.

Ya en su casa, acostada, no podía dejar de pensar en ese chico de la cafetería ¿Quién sería? ni su nombre sabía… ¿por qué se había acercado a ella? No entendía porque su cerebro le daba tantas vueltas… necesitaba ayuda, ella es a quien vio primero, debía olvidarse de él sino volverían a lastimar su corazón aún no cicatrizado. ¿Por qué no se lo podía sacar de la cabeza? Había algo en él, algo que le atraía, estaba segura, que le había visto en alguna parte, tenía la impresión que ya había hablado con él antes… ¿pero como era posible? Si estaba convencida, que era la primera vez que lo veía…. Ella no sabía… sin ser consciente, debatiéndose entre sus propios pensamientos, se quedó dormida.

A la mañana se levantó temprano, decidió, seguirle al libro de portadas doradas, antes de ir a clase…

Había vuelto a nevar, todo el paisaje se veía blanco y helado. Clara no pudo evitar un escalofrío de frio, pensando que no recordó ponerle las cadenas a su silla, ya llegaba tarde, no tenía tiempo de volver atrás.

- Nada, tendré que pasar, tanto si como si –pensó clara para si. Respiro Profundamente, tras contar hasta tres, se lanzo avanzar… No le era fácil. La nieve había caído durante horas, la buena capa blanca no era pequeña. Sentía que patinaba, notaba que no avanzaba. Cada segundo era más dificultoso, era testigo, de como las ruedas se sumergían en esa capa blanca – ¡oh no! ¿Que hacer? –echó un vistazo a su alrededor, mucha gente pasaba y nadie la ha ayudaba.

- Vaya… veo que estás en un apuro, ¿me permite ayudarla señorita? –notó como un desconocido, se aferraba a los manguitos de su silla. Su voz se escuchaba joven.

- Sí por favor… gracias… -agradeció la joven.

- Ya esta –pronunció con una sonrisa

- ¡Si eres tu! –pronunciaron ambos de una misma vez. Al comprobar que los dos eran los mismos que se encontraron en la cafetería. Clara y el chico que se sentó a su lado, ella le dejo el teléfono móvil.

- Bueno… pues lo dicho gracias –dijo sin poder evitar sonrojarse. No entendía porque, pero ese chico le causaba nerviosismo ¿sería que le gustaba?

- De nada ha sido un placer señorita –le sonrió haciendo una reverencia.

- Ahora tengo prisa, tengo que ir a clase, ¿me dejas que te invite a algo en la cafetería de los Ston después?

- Si tú realmente lo deseas, claro que si.

- Genial… ¿nos encontramos a la 13.30 entonces?

- Allí estaré, no faltaré.

- Bien… pues asta luego –no tardo en alejarse Clara. Se sentía extraña, volvía a tener esa sensación, que solo ha veces le llegaba, la que estaba viviendo, una escena ya vivida, como la que acababa de vivir, ella quedándose atrapada en la nieve, ese chico misterioso que tanto le sonaba su rostro, rescatándola. Pero para Clara no era novedad, a menudo le ocurría lo mismo, tener esa extraña sensación de vivir lo ya vivido.

- Vaya… es una gran coincidencia, que nos volviéramos a encontrar.

- Si, realmente si, es de agradecer, sino me hubiese quedado atrapada en la nieve horas –Clara y su acompañante, se encontraban en el mismo bar, donde se vieron por primera vez. Ambos tomaban una taza de chocolate caliente, para entrar en calor, ante la ola de frío glacial que se les avecinaba.

- Sí, casualidad también por allí, no suelo frecuentar mucho la verdad –la sonrió.

- Pues menos mal –ella le correspondió de la misma manera.

- Por cierto, dos quedadas, aun no se tu nombre...

- Me llamo Clara –le ofreció para estrecharle la mano.

- Yo Erick, mucho gusto Clara –le estrecho la mano. Acto seguido ambos, se echaron a reír…..

- …Me lo he pasado muy bien… Gracias, por ese chocolate caliente –expreso el chico con timidez.

- Gracias a ti por aceptar mi invitación, y por tu ayuda obviamente –Clara fue testigo como el chico cogía su móvil, y observaba algo.

- Apunta, que te daré mi teléfono móvil, así si vuelves a estar en un apuro, podré ayudarte.

- Gracias.

Era pasada media noche, Clara, seguía con sus ojos como búhos, a la expectativa de todo lo que pasaba a su alrededor, por mas que lo intentaba no lograba conciliar el sueño. Se sentía nerviosa por ese chico que había parecido en su vida, Erick. ¿por qué tenía la impresión que ya le conocía? Se estaba ilusionando, no le gustaba, porque ella sabía lo que después pasaba, acababa sola y decepcionada. No pudo sostenerse, agarró su móvil, empezó a escribirle un mensaje, deseaba no despertarle, pero no pudo detenerse. No tardo en obtener respuesta;

¡¡¡Hola guapa!!! Tranquila no me has despertado, no puedo conciliar el sueño, por culpa de una señorita, que hoy he ayudado porque estaba en apuros… No me tienes que dar las gracias preciosa, me da gusto ayudar, aun mas a una chica tan guapa, valiente y simpática como tu. Descansa preciosa, con tu permiso me atrevo a besarte la mejilla y guardarme tu numero de móvil en mi agenda telefónica. Porfi mándame respuesta, para no hacer nada que te incomode. Dulces sueños.

Aquel mensaje, solo fue el principio de una larga conversación entre mensajes, perdidas y llamadas, mas de sesenta minutos estuvieron en contacto.

Despertó cerca del mediodía al día siguiente, lo primero que hizo, fue escribir en su libro, le quedaba tan poco, ese mismo sábado lo terminaría. Se había despertado contenta esa mañana, feliz, sin entender el porqué, pensando en Erick, y con un final para su historia. Todo lo vivido con Eric le era tan familiar, al mismo tiempo le había inspirado a terminar ese libro de tapas doradas. Li-li-li mensaje de móvil. Sus ojos bailaron chiribitas, al ver su remitente… ¡Era Erick! ¡Le invitaba a tomar algo! O en otras palabras ¡iba a tener una cita con él!

Con ilusión y emoción, se preparó para esa primera cita. Decidió llevarse su libro recién terminado, para mostrárselo, y saber su más sincera opinión. Suspiro con profundidad. Notaba su corazón latiendo con fuerza, tenía la impresión, que en cualquier momento se le saldría del pecho. Al identificar a Erick, en la distancia, su corazón se aceleró aun mas si era posible. Estaba tan guapo… Sin aviso, sintió temor, temor de sus propios temores, de sus propios sentimientos… ¿si todo volvía a ser una fantasía de no más de dos días?

- Clara… Que guapa estás

- Tu tampoco estas nada mal –se dieron dos besos en la mejilla. Comenzaron a caminar. En silencio, con timidez. Ambos con la cabeza baja, mirando de reojo al otro, cuando este no miraba

- Ya lleguemos… deja que te abra la puerta –no tardo en actuar el chico caballerosamente.

Clara y Erick se encontraban en una mesa de dos, con sus dos pedidos en ellas.

- Eres tan hermosa… -los ojos de Erick brillaban, cogiendo la mano de Clara.

- Tu también eres muy guapo –Se tomaban su pedido pausadamente, rompiendo el hielo entre ellos.

- Estas temblando… ¿tienes frío? –se fijó el chico.

- Un poco, pero estoy bien –fue testigo como el muchacho se puso en pie, se sacó su chaqueta, y se la puso por encima a la chica.

- No hace falta, de verdad, no quiero que cojas frío por mí… -pronunció con timidez.

- Yo estoy bien preciosa, voy bien abrigado, lo importante eres tú.

- Muchas gracias, mira me gustaría mostrarte algo… -saco de su bolso el libro de tapas doradas –ha ver que te parece… lo he escrito yo…

- ¿Eres escritora? –se sorprendió.

- Aficionada, me gusta escribir…

- ¡Es fantástico! Me alaga mucho que yo pueda leerla –le agradeció cogiendo el libro de tapas doradas –desde fuera ya se distingue, que tu libro promete –le guiño un ojo – ¿puedo ver el interior?

- Por favor –pronunció casi en forma de suplica.

- A ver, a ver –la ilusión se le notaba, pero su rostro no tardo en esconderse.

- ¿Que… Que pasa? ¿no te gusta?

- No, no es eso es que… -le paso el libro ¡estaba vacío! "¿como es posible?"  "¡si lo acabe esta tarde!" "es imposible" -¿estás bien?

- Sí, si perdona, me habré equivocado de tapas… -mintió, sin entender, lo que realmente pasaba.

- Sabes tienes unos ojos preciosos –se fijó el chico.

- Gracias…

- Me encanta tu sonrisa, por favor que no se apague nunca… -se miraban a los ojos, penetrantes, en ambos se podía contemplar, el sentimiento del otro, como dos estrellas luminosas.

- Oh me gustas mucho –susurró Clara. Sus rostros se acercaban lentamente.

- Tu aroma es muy bonito… -clara quedó extasiada, notaba el aliento del chico cada vez mas próximo, solo a unos milímetros del suyo propio.

- Tu también hueles muy bien… -sin ser conscientes que el muérdago estaba encima de sus cabezas, se besaron, un beso corto pero intenso.

Eran las siete de la mañana yacía rato despierta, pensando en su novela ya terminada y en Erick le era tan familiar, y estaba convencida que jamás lo había visto, pero al mismo tiempo, estaba segura que todo lo vivido con él, ya lo había vivido antes. Sin aviso sus ojos se abrieron como platos, tuvo la repentina necesidad, de levantarse, de revisar su historia de tapas doradas. Sus ojos se abrieron ante el asombro repentino… Erick, y todo lo vivido era su propia historia, su más profundo deseo, expresada en letras, sacada de su pensamiento, de sus sentimientos mas profundos… ¿Quién era aquel Santa Claus? Porque ya era muy mayor para creerlo, sino aseguraría, que realmente era Santa Claus y no alguien vestido de él.

24 de diciembre, el árbol puesto, la casa adornada, la cena preparada, la familia de Clara ya estaba sentada, en la mesa rectangular, al lado de la ardiente chimenea, hablando, comiendo, bebiendo y riendo, celebrando la víspera de navidad. El aveto, estaba adornado, y luminoso de luces de colores, paquetes envueltos se encontraba a su alrededor. Los villancicos se escuchaban por toda la sala.

- Y bien… ¡la hora de abrir los regalos! -Exclamó la madre de Clara entusiasmada. Ding- dong, el timbre se escuchó.

- Debe de ser Erick.

- Pues llega justo a tiempo… pasa, pasa chico llegas justo en el momento –le ofreció entrar, tras abrirle la puerta.

Todos se sentaron alrededor del árbol, cada uno se apropiedaba de su paquete indicado.

- Mira Clara este es para ti –le alcanzó su madre.

- Oh… ¿que será? –exclamó moviendo la caja. Con impaciencia hizo sonar la caja. No escuchó nada. Rompió el envoltorio con rapidez, e ilusión. Su rostro no tardo en desvanecerse, al encontrar su libro de tapas doradas –¿pero como? No tiene ninguna gracia, se dirigió a su familia.

- Nosotros no tenemos nada que ver… -se encogieron de hombros sus padres. Clara miró a Eric.

- Yo acabo de llegar cariño.

- ¿Entonces?

- Mira hay una nota –se fijó Eric.



Ya te dije que nunca es demasiado tarde para que tus deseos se hagan realidad… Tu escribiste tu historia, tu mas anhelado deseo, en el que yo, intente y logré hacer realidad, un chico, sensible, cariñoso, que te quiere por lo que eres, no por tu físico ni tu silla de ruedas, se enamorara de ti, Erick está a tu lado. El libro de tapas doradas, es un libro mágico, solo podía ver su contenido su propietaria, ahora ya, una vez acabado, ya es visible para todos. Que pases unas felices fiestas Clara, por favor no dudes más de la magia de la Navidad.

Los ojos de Clara brillaban de la emoción. Abrazó esa pequeña carta, agradeció en silencio ese deseo cumplido, se prometió algo a si misma, nunca mas dudaría de la navidad.

Escrito: 25 de noviembre del 2012

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